Del mame Ochoa al puto FIFA

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Después de tanto tiempo sin escribir, pues decidí venir a hacerlo con este tema. ¿Por qué este? Pues como muchos habrán oído está de moda, pero lo más importante, es que por mi profesión he tenido contacto con temas similares y ha sido recurrente la duda en mi  respecto a mi posición.

Haciendo la historia corta, la querida FIFA – que todos odian pero siguen viendo el futbol, es como odiar Ticketmaster pero seguir comprando boletos con ellos – decidió por una queja de una asociación europea, que el grito „Puto“ es homofóbico.

Hasta ahí todo está en orden. Sin embargo viene entonces la bipolaridad y la actitud neurótica. „Cómo es posible que se ofendan por ello, puta fifa“, „¿Y la libertad de expresión?“, „Es algo totalmente inofensivo, lo usamos a diario“. O de plano el argumento de primaria „Ellos sí, ¿pero nosotros no?“. Sin embargo mi conflicto ha radicado precisamente en ello, el poder de la palabra. Y he de tener cuidado al mencionar lo anterior y por dicha razón no lo puse de título, porque podría parecer nombre de libro de venta en Vips de Paulo Coelho donde con el poder de la palabra puedes sanar relaciones y curar el sida.

La comunicación entre dos personas sigue un modelo extremadamente simple. Existe un emisor, un mensaje y un receptor. El mensaje viaja a través de un canal de comunicación entre el primero y el segundo. Hasta ahí todo es sencillo. Yo digo hola, por lo tanto soy el emisor, y „hola“ el mensaje y le llegará a un receptor. El canal da igual, hablado, carta, correo, tweet, etc. Sin embargo el problema radica en que nadie vive en la mente del otro, luego entonces la transmisión del mensaje se complica, puesto que el emisor codifica el mensaje de acuerdo a su empirismo, conocimiento, etc y el receptor lo decodifica igual con sus propios elementos (no los del emisor).

Entonces no hay que ser ningún erudito en la materia del lenguaje y la comunicación para deducir que puede existir un error en la descodificación del mensaje. En el terreno de la informática ocurrieron a la par dos acontecimientos, en Drupal (un CMS) y Django (un framework de python). ¿La discusión? En el léxico de base de datos existe el modelo „Master/Slave“ (Maestro/Esclavo), donde hay una base de datos „maestra“ y se replica a lo esclavos (más o menos para no entrar en detalles). Es una terminología que se ha usado desde que yo tengo memoria (y seguramente más). Sin embargo consideraron que en los tiempos actuales era ponderar una actividad deplorable que existió durante muchos años, la esclavitud. Como nota, hablamos de términos que el usuario final no ve, únicamente los que trabajan en la infraestructura y programación.

En otra ocasión, no recuerdo el proyecto, se pusieron a discutir en cambiar todas las referencias a personas por términos „asexuales“, es decir, que no fuera una palabra con connotación masculina o femenina. Ej. „El usuario debe de seleccionar“ (es masculino y no todos los usuarios son masculinos, hay usuarias).

Y al final, entramos a la bizantina discusión de la intolerancia a la tolerancia. Yo debo de tener derecho a expresarme (tolerancia), pero tu no tienes el derecho a incomodarte por lo que yo diga porque es mi derecho decirlo (intolerancia). ¿Yo defiendo tu derecho a decirlo? Sí. Pero también tu deberías de defender mi derecho a que eso que digas lo expreses de una manera que no me incomode. „Entonces no podré decir nunca algo, porque siempre podré incomodar a alguien con lo que diga“, pues no. Si todos tuvieramos la educación pertinente en el uso del lenguaje, todos podríamos expresarnos sin ningún problema ni ofensa a nadie. Evidentemente si yo digo „Está dulce la papaya“ me parecerá innocuo, sin embargo a un sudamericano no. Y ahí entra la tolerancia de parte de él y el entendimiento que la forma en que él decodifica el mensaje es diferente a mi codificación.

Una interrogante básica es si en un lugar público debo de poder hablar „como yo quiera“, es decir, con un amplio uso de palabras „altisonantes“. En cierta ocasión a una persona que iba conmigo le solicitaron que en su presencia no hiciera uso de su florido vocabulario, él naturalmente se indignó y le respondió a la señora que podía hablar como quisiera. Somos tan tolerantes que todos nos deben de tolerar, y por ende soy intolerante cuando alguien no me tolera porque es su deber tolerarme „tal y como soy“. Esa educación de „vales mucho y no debes de cambiar por nadie“. O tal vez, me equivoco y es instrucción, no educación.

Por último, en su libro Tlacaélel de Antonio Velasco Piña habla respecto al ataque a los tecpanecas y la toma de Azcapotzalco. Previo al ataque final y la toma de la ciudad, Tlacaélel escondido esperando el momento exacto prometió dar un discurso y cito el fragmento del libro:

Tlacaélel levantó el brazo señalando hacia el campo de batalla, mientras de sus labio salía una sola palabra tres veces repetida:

¡Me-xíhc-co. Me-xíhc-co. Me-xíhc-co!

El heredero de Quetzalóatl acababa de pronunciar en público, por vez primera en la historia, el nombre secreto del territorio en donde a través del tiempo habían surgido una y otra vez prodigiosas civilizaciones. Aquel vocablo era tenido como el más sagrado de todos los conjuros pronunciados por los Sumos Sacerdotes de Quetzalcóatl en ceremonias religiosas cuya celebración ignoraba el común del pueblo. El significado de aquella palabra era doble, por una parte simbolizaba la expresión del principio de dualidad existente en todo lo creado – manifestado por la presencia en el cielo del sol y la luna – y por otra, el ideal de alcanzar la unidad y la superación de la humanidad, mediante la integración de una sola armónica sociedad en la cual quedasen superadas las contradicciones que separan a los diferentes grupos humanos. La sabiduría y los anhelos de varios milenios de cultura, sintetizados en una sola palabra.

A pesar de que nadie de entre los que escuchaban a Tlacaélel conocía el profundo significado de aquel misterioso y ancestral vocablo, presintieron al instante que se trataba de un conjuro, de una palabra-símbolo, capaz de permitir la creación de un puente espiritual entre el ser humano y las fuerzas superiores que lo trascienden.

Naturalmente si no comprendemos cómo alguien puede sentirse ofendido por la palabra puto que es parte de nuestra „cultura“ (¿En serio? ¿Neta eso es un argumento?), creo que tampoco podremos comprender que las palabras tienen en sí una fuerza, una trascendencia y que la comunicación entre las personas es más que un simple intercambio de ideas, sino una trascendencia de uno en el otro. Hemos olvidado la angustia sartreana para vivir en un mundo individualista y utilitarista.

Pero al final, uno comienza a existir, hasta que otro lo nombra – parafraseando la frase de George Steiner. ¿Uno cómo quiere existir?